11/18/2005

PARA EL PROGRESISMO DE HOY

Desde su elaboración original hasta el presente texto, este documento pretende ser el punto de partida en la articulación de una clara, tangible y acogedora tendencia progresista al interior del Partido Demócrata Cristiano. Su construcción simple, busca explicitar los elementos básicos que fundamentan nuestras actuales convicciones, sobre las cuales debemos erigir nuestra propuesta y actuar en política.

No obstante la clara identificación que perseguimos, no pretendemos cerrar el debate sino abrirlo a la más auténtica expresión humanista cristiana.

Las Razones del Progresismo: Dos definiciones imprescindibles

Esta vertiente es, en buena medida, la principal impulsora del hecho político más relevante ocurrido en Chile en los últimos 50 años: el encuentro y alianza entre humanistas cristianos, socialdemócratas y socialistas de raigambre marxista. No obstante ello, paradojalmente este mismo sector, exitoso en la elaboración y sustento de un proyecto político de tal trascendencia, se encuentra disminuido al interior del Partido.

Para definir hoy al Progresismo DC tal vez, por ahora, baste señalar como característica esencial una mirada inconformista frente al orden social imperante. Es la búsqueda continua de mayores libertades para las personas y el ideal de construir una sociedad más justa y armoniosa el sustrato básico que alimenta dicha mirada.

Tal convicción no ha abandonado a quienes conformábamos el progresismo dentro del PDC, pero se ha carecido de contenidos específicos. Una convicción política sin un programa que la implemente finalmente se torna vana.

Las razones para esta ausencia programática pueden ser muchas. Desidia o incapacidad intelectual; ausencia de energías, consumidas en gran medida en la labor de gobierno; realismo, ya que en los hechos la discusión programática de fondo se clausuró hace varios años; temor, por cuanto no se debe abrir la “caja de pandora” de la discusión política del proyecto sin tener claro a dónde nos conduce y sus consecuencia; responsabilidad, porque la tarea de hoy es gobernar y ese es el fundamental compromiso presente con el pueblo de Chile; desconcierto que diluye ideales y convicciones de ayer...

Discutir a fondo y reconocer las causales del vacío de proyecto es un ejercicio quizás menos atractivo pero necesario. Porque para romper el actual estado de cosas, debemos tener claras las causas que lo generan y establecer los elementos que justifiquen y alienten a articular una nueva convergencia.

Por otra parte, no se pueden soslayar tampoco los comportamientos, hábitos y conductas políticas, las que, en demasiadas ocasiones, han estado lejos de ser las propias de los ideales y convicciones que nos alientan. Así, no se puede sustentar lo comunitario cuando privilegiamos la disputa por sobre la colaboración en el quehacer político interno, y no nos referimos a la confrontación de conceptos -ni siquiera a la entendible competencia por alcanzar posiciones- sino que a la vacía y no poca veces torcida lucha en pos de intereses puramente personales o de grupos (en que todos más de una vez hemos participado), y lo que es peor, intentando justificar estas disputas con contenidos de índole político o dotándola de una legitimidad que no tiene, tornando así una acción de suyo dañina en despiadadamente hipócrita.

Construir un programa político que retome la radicalidad propia del progresismo, radicalidad que no es sinónimo de imprudencia e irracionalidad sino que de un compromiso sin concesiones con los valores y principios que justifican su actuar, y el restablecimiento de un comportamiento político-partidario del más alto nivel ético, a la luz del humanismo cristiano, son las dos tareas que deben guiar cualquier intento de reestablecer una corriente progresista al interior del PDC que, como siempre, la estimamos más cercana al alma fundacional del Partido.

Por ello, finalmente no aspiramos a ser parte de la tendencia progresista de un partido sino que a ser integrantes de un partido progresista. Aún sin perder de vista la realidad, que nos indica que los partidos democráticos que representan las grandes corrientes de pensamiento, agrupan en su seno a personas que, coincidiendo en una misma inspiración política, suelen diferir de manera significativa en la profundidad y contenidos de sus propuestas e ideario.

En este sentido, articular a quienes comparten una visión de acento progresista al interior de la Democracia Cristiana constituye una tarea política de primera importancia a fin de reponer la discusión política como motor de las acciones partidarias.

Importante sí es reconocer que el ser progresista no es patrimonio exclusivo de una corriente o tendencia histórica, el progresismo es también evolución y cada tiempo impone sus propios desafíos. Así como el orden social es mucho más que el modelo económico, el progresismo no puede restringir su caracterización a tópicos de índole puramente socio económico a la manera tradicional. La ampliación de los derechos y libertades ciudadanas y la generación de una sociedad auténticamente plural, implica abordar toda la diversidad de aspectos propios de la cultura de una comunidad. Esto que puede parecer tan obvio, es posible que constituya un importante elemento de tensión al momento de adoptar definiciones políticas sustantivas. Por de pronto, las definiciones que hacían al progresismo de ayer pueden no ser las mismas de hoy y los progresistas de ayer pueden también no ser los mismos de hoy. Sin embargo, actualizar conceptos, procedimientos y estrategias no significa vulnerar principios y valores.

Asimismo, no se trata de reagruparse simplemente para romper el estado o sensación de deriva de los últimos quince años. El proceso debe ser exactamente inverso. Se trata de hacer desde esta visión una convocatoria amplia a conversar, analizar y discutir los temas trascendentales de la política y, en la medida que haya acuerdos y compromisos lo suficientemente sólidos, dar pasos certeros en la articulación de una corriente progresista al interior del PDC.

Una labor inmediata de quienes se definan progresistas es generar una opción de gobierno al interior del PDC, sin dejar de lado de aquello en lo cual debe sustentarse cualquier intento de convergencia, esto es los nuevos contenidos del progresismo.

Los contenidos no son un ejercicio de descripción de realidades, ni la enunciación de buenos propósitos, sino que deben constituir un programa político (que no es lo mismo que un programa de gobierno) con objetivos y metas concretas, con propuestas de acción y definición de instrumentos consistentes para lograr aquellos.

Queremos estar e influir en la política y la política es acción razonada. El éxito de antaño fue producto de la capacidad de poner en movimiento una convicción política y adoptar los caminos lógicos para su concreción. No es distinto el desafío de hoy.


Identidades progresistas para el PDC del siglo XXI

Desde que hace ya varios años se diluyeron las referencias respecto de las cuales se tomaba posición al interior del PDC. Se produjo y consolidó un proceso de dispersión y fragmentación de aquellos líderes y sectores que encarnaban una tendencia progresista en la colectividad.

La obsolescencia de aquellas cuestiones que habían dinamizado la discusión política interna, el radical cambio de escenario desde la movilización y el debate a una lógica propia de la democracia (cuotas parlamentarias, cupos municipales, espacios en el gobierno, etc.), la aceptación resignada de un orden económico, político y social que era “la medida de lo posible”, entre otros factores, fueron generando otras formas de acción y articulación política partidaria, marcada mucho más por las conveniencias electorales o de posiciones que desplazaron los ordenamientos hasta esa época existentes y suplantaron el debate político por la priorización de los objetivos concretos de posicionamiento y sus necesarias consideraciones tácticas por sobre cualquier disquisición teórica.

Es justo reconocer que este proceso no ha sido exclusivo del PDC ni mucho menos. De hecho, parte importante de sus orígenes y explicaciones se entroncan con variables y procesos de mucho más largo alcance y que, naturalmente, han afectado a la política chilena y todos sus actores. También es necesario decir que lo que hoy corresponde no es un juicio meramente valórico que contraste desde la nostalgia de lo pasado -lo que fuimos ayer y lo que no somos hoy-, sino hacerse cargo de la utilidad y vigencia de una alternativa progresista para el PDC en estos tiempos y en estas circunstancias.

Dicho de otra manera, hay que discernir acerca de las razones que justifican la existencia de una propuesta progresista al interior del PDC y, a partir de tales razones, avanzar en encontrar sus sentidos e identidades más profundas, desde las cuales nos podamos reconocer y plantear las acciones, objetivos y articulaciones propias de quienes se sienten parte de un proyecto común.

a) El fundamento de lo colectivo – Establecer las razones a partir de las cuales se justifica y se hace necesaria la existencia de una tendencia progresista en el PDC, equivale a encontrar parte importante de nuestro propio sentido en la política. Esto porque somos de aquellos que entienden la actividad política sobre todo como algo colectivo, por lo que privilegiamos la construcción de espacios de encuentro con otros, más allá de nuestras propias razones o intereses individuales.

Pensamos, incluso a contrapelo de las tendencias dominantes, que las capacidades y talentos individuales deben ponerse en función de representar a otros además de uno mismo. Sea por formación, hábito o convicción, descartamos la política como una suma de intereses o aventuras individuales y nos inclinamos por la instalación de espacios de debate y persuasión que animen un sentido colectivo de nuestros propósitos, en el que podamos reconocernos iguales con algunos y diferentes con otros. Ello explica que no hayan cesado los intentos de articulación progresista, ni siquiera en los tiempos de mayor confusión y desencanto.

Es por eso que un primer fundamento que justifica la construcción de una tendencia progresista se asocia indisolublemente con una vocación por lo colectivo como un rasgo esencial de la política o, al menos, de la política que queremos, en la que el Partido es la suma de una fraternidad de comunidades caracterizadas por diversas identidades, geográficas, generacionales y otras, pero sobre todo identidades políticas que, dentro de un marco natural común, expresan matices y puntos de vista que dinamizan, enriquecen y democratizan el debate y la decisión partidaria.

b) La pluralidad - Las restrictivas características del modelo político chileno, orientado hacia la exclusión de las minorías y a la construcción forzada de coaliciones que se puedan desenvolver con éxito en la camisa de fuerza binominal, ha provocado un fenómeno evidente de cercenamiento de los matices y las miradas específicas, las que deben ceder a la formulación de definiciones de amplia generalidad.

Este proceso forzado, que, dicho sea de paso, explica mucho más que otras razones más virtuosas la persistencia tanto de la Concertación como de la Alianza como actores exclusivos y excluyentes de la política nacional, tiene también un correlato al interior de los partidos.

Así, en la dinámica interna partidaria, no hay espacio para la imaginación, la creatividad, los matices o el recambio. Todos debemos alinearnos en función de una de las dos opciones gruesas en juego, so pena de quedar excluidos o pasar a ser irrelevantes en las decisiones que se vayan a adoptar, por lo que nuestra historia, como la de tantos otros en la DC o en otros partidos, se convierte en una historia de renunciamientos y acoplamientos a aquellas alternativas que, más que identificarnos, sean menos lejanas de lo que pensamos.

Es por ello que la construcción y consolidación de una tendencia progresista constituye también un aporte a la pluralidad y a las divergencias propias de cualquier sistema democrático.

Dicho de otro modo, la existencia de una nítida alternativa progresista en el PDC amplía el rango de opción de los ciudadanos, estimulando debates y tomas de posiciones dentro de márgenes más anchos y plurales que los que el sistema quisiera ofrecer, lo que permite un intento de representación política más adecuado en un país que, como se ha ido demostrando, es más heterogéneo y diverso que el blanco y negro que el sistema binominal impone.

Desde otro punto de vista, un proceso de articulación progresista tiene también la posibilidad de constituirse en un aporte para la necesaria repolitización del debate político en el PDC.

Nos referimos a la necesidad de recuperar una discusión partidaria que vuelva a estar basada en el intercambio de argumentos y proposiciones políticas, frente a cuya definición cada uno vaya tomando partido, en reemplazo de las actuales definiciones y alineamientos construidos sobre la base de conveniencias coyunturales y específicas, en los que se adoptan posiciones a veces por una necesidad de sobrevivencia o de acomodo en relación a proyectos estrictamente personales.

Para una tendencia progresista eso es de vital importancia pues permite construir posiciones sólidas y estables, así como permitir que los militantes vayan reconociéndose en ellas y en sus liderazgos, por sobre la confusión que genera el ver que algunos asumen determinadas definiciones en algún nivel declarativo, pero que por otras consideraciones se alinean con el adversario si eso es de su conveniencia política personal.

c) La mirada disconforme - Si hay una constante en la historia reciente del progresismo en el PDC, es la de haber estado caracterizada siempre por una mirada disconforme sobre el modo en que se han ido resolviendo los asuntos más trascendentales para el país.

Así ocurrió con las transacciones previas a la instalación del primer gobierno de la Concertación y las definiciones que dieron lugar a nuestra transición, la que, a pesar de las recientes declaraciones hasta del propio Presidente Lagos en sentido contrario, a nuestro juicio aparece aún inconclusa y eterna; con lo ocurrido en materia de derechos humanos, en la que “la medida de lo posible” ha demostrado ser mucho más amplia que la que los actores políticos imaginaban y querían; y, especialmente, en lo relativo al modelo de administración económica que hemos asumido y que, 15 años después, nos tiene convertidos en un país más rico y moderno, pero igualmente injusto y excluyente.

Naturalmente entonces, un esfuerzo de reconstrucción progresista se justifica poderosamente en la necesidad de aglutinar y dar coherencia y protagonismo a una alternativa política que, posicionada en el seno del principal partido del país, dé cuenta de esas insatisfacciones y encauce plataformas políticas que nos acerquen a su solución.

Aquello entronca fuertemente y da sentido a lo que pretendemos ha sido una razón determinante en nuestra militancia política, esto es, la vocación de servir y representar a los más débiles, a los postergados, a las mayorías, así como a nuestro rechazo al acomodo y la resignación. Nuestra convicción de que es posible un país mejor y más justo es un elemento fundante de nuestro sentido político como personas y, con mayor razón, de la búsqueda de un espacio de construcción colectiva de esas aspiraciones y nuestro Proyecto Histórico. La potencia y magnitud de nuestros sueños es una de las razones más poderosas para buscar con otros su concreción en alternativas políticas concretas, viables y alineadas en esa dirección.

3. Identidad e identidades

Una primera conclusión que liga nuestra razón de ser con nuestra identidad progresista tiene que ver con la necesidad de plantearse lo progresista como una opción interna por decisiones y agrupamientos que marchen en la dirección de nuestra convicción y doctrina. Es la opción que nos convoca a producir y estimular las acciones, liderazgos, articulaciones y convergencias que le den cada vez mayor peso político y protagonismo en la toma de decisiones.

Esta conclusión se inclina evidentemente por un concepto del progresismo DC más entendido como construcción y fortalecimiento de una tendencia. Esto es, trazos gruesos pero con capacidad de generar especificidad e identidad, más que por la articulación de un “lote” o sector interno con sus propios rituales y en el que el sentido de pertenencia está más bien dado por la convergencia de intereses que por la comunidad de convicciones.

Parece más realista en el actual escenario político, tanto partidario como nacional, construir una identidad progresista cuyo siguiente paso considere la suma activa de las identidades colectivas que puedan compartir unos estándares progresistas básicos – una suerte de federación articulada en base a un mínimo común identitario – en lugar de perseverar sólo en el aglutinamiento de unos pocos que compartan el cien por ciento de una cierta y específica mirada progresista.

Lo anterior no sólo por una razón de sobrevivencia y vocación de poder, sino porque las vertientes de quienes se sienten parte de agrupamientos progresistas pueden diferir. Sea en razón de sus orígenes y las épocas o contextos políticos y generacionales en que se han ido dando. Dicho de otro modo, sin diluir el núcleo de la Articulación que hoy nos convoca, es oportuno evidenciar que el dominio excluyente de la opción progresista partidaria no es elemento de su construcción.

Porque también se trata de procesos de convergencia fundados en el debate político de fondo, se abren posibilidades ciertas de que la fase de consolidación progresista obedezca más a convicciones y definiciones sólidas y permanentes que a lealtades personales o consideraciones de oportunidad política que sólo tienen la duración y consistencia que puedan darle la convergencia temporal de intereses.

Nunca el progresismo fue tan fuerte en la DC como cuando en torno a tres o cuatro definiciones políticas determinantes, miles de militantes a lo largo del país respaldaban los liderazgos que las representaban. Asimismo, cuando tales liderazgos se vieron huérfanos de ideas, ese apoyo se dispersó y atomizó, siendo suplantado por diversas relaciones clientelísticas que aseguraron la suerte de algunos, pero condenaron al fracaso cualquier proyecto progresista que se intentara reeditar.

4. Algunos estándares posibles

Si convenimos en que un proceso de reconstitución progresista con vocación de protagonismo y relevancia en el PDC debe estar caracterizado por la Articulación de una identidad común, y que ésta luego aglutine a la suma de identidades y comunidades específicas que la puedan compartir, se hace necesario avanzar en la discusión y determinación de esos estándares mínimos que sean a la vez contenido y convocatoria.

Esos contenidos esenciales a desarrollar debieran ser consistentes con lo que son nuestras más esenciales razones de existencia política. Algunos esbozos a modo de posibilidades:

a) Una mirada crítica Utilizando un término que dio lugar a una gran convención de centros de estudios de la Concertación, debemos sostener una mirada “orgullosamente insatisfecha”. Con nuestros énfasis, nos inscribimos entre aquellos que consideran que, no obstante los logros de los gobiernos de la Concertación en las más diversas áreas, no sólo queda mucho por hacer, sino que deben discutirse los caminos por los cuales pretendemos seguir avanzando.

No es admisible que, luego de tres gobiernos sucesivos, el problema de la distribución del ingreso sea de tal magnitud que hasta la propia derecha lo levanta como crítica a lo realizado. Quisiéramos que el mismo esfuerzo y rigor con que se han enfrentado los tópicos propios de la estabilidad macroeconómica se aborden los aspectos relativos a la justicia social y al logro de verdaderos niveles de equidad.

Esta mirada no se restringe sólo a los gobiernos. Se trata de una crítica también sobre los partidos y organizaciones que son su base de sustentación. En ese sentido, pensamos que precisamente el aporte de una construcción progresista es que su existencia posibilita instalar plataformas y definiciones partidarias que obtengan contenidos programáticos de gobierno que enmienden el modelo socioeconómico reconocible hasta hoy.

En otras palabras, el carácter más o menos progresista de la Concertación y sus gobiernos, está marcado por la existencia o no de alternativas progresistas sólidamente enclavadas en los partidos que los conforman. En concreto y en lo que nos toca, un futuro con más justicia social para Chile está condicionado claramente por el carácter que imprima el PDC en nuestra coalición y dicho carácter tendrá mucho que ver con la eficacia y oportunidad que despliegue un esfuerzo de Articulación Progresista en su interior.


b) Una intransable voluntad democratizadora - Un segundo elemento caracterizador debiera ser, a nuestro juicio, el desarrollo de una voluntad democratizadora del país en su mayor integralidad.

Esto se refiere no sólo a la obvia e irrenunciable tarea de la democratización pendiente de nuestro sistema político, en cuanto a senadores designados, sistema binominal, enclaves autoritarios, etc., sino que al desarrollo de ideas e iniciativas que vayan convirtiendo a nuestro país en una sociedad cada vez más tolerante y libertaria y en el que el poder vaya siendo cada vez menos concentrado y ceda vez más accesible a sus ciudadanos.

Compartimos con otros la sensación de frustración e indignación al ver cómo la concentración económica ya no sólo deriva en iniquidades distributivas, sino va consolidando también la concentración del poder en manos de los llamados poderes fácticos.

Este aspecto es uno de los más deficitarios en la acción del PDC en los últimos años. Se ha ido consolidando una imagen de nuestra colectividad como lejana y hostil frente a iniciativas que pretenden, por ejemplo, asignar mayores roles y perfeccionar atribuciones del Estado para velar por los intereses ciudadanos en diversos ámbitos. Aparecemos si no detrás de otros en algunas de estas iniciativas, amparando intereses de grupos poderosos a la hora de perfeccionar regulaciones o establecer gravámenes a los más ricos en beneficios de los más pobres.

Por esa misma razón, es evidente que hay aquí un campo de acción, elaboración y Articulación Progresista de la mayor importancia en el futuro próximo. Por lo tanto, es una tarea que desde ya debemos acometer, avanzando en conceptos afiancen una matriz doctrinaria en el mismo sentido. Como, por ejemplo, el de Estado Social de Derecho, entendido como la aspiración de un país en el que sus habitantes no sólo dispongan de las libertades y derechos políticos, sino que se les pueda asegurar la disponibilidad de un mínimo indispensable de derechos económico sociales inherentes a su dignidad humana.

c) Lo comunitario - En este mismo ámbito interesa destacar la necesidad de incorporar con fuerza un aspecto que está, al menos en lo declarativo, en la base de nuestra identidad e historia partidaria y que puede constituirse en un eje de reflexión y acción progresista de la mayor importancia, como es nuestra histórica definición comunitaria.

En efecto, el concepto de lo comunitario ha ido adquiriendo en el mundo cada vez más importancia como alternativa de organización de los ciudadanos en el contexto de un mundo globalizado e interconectado a niveles hasta hace poco inimaginables.

Frente a la fragilización creciente de las nociones de soberanías, economías y culturas nacionales, ha ido cobrando importancia la idea de las comunidades y sus articulaciones como espacios que impidan la deshumanización y marginalidad de los individuos. Del mismo modo, en las realidades nacionales, las comunidades organizadas en torno a sus tópicos tradicionales o a las nuevas temáticas que las conmueven (la ecología, la cultura, lo local, etc.) adquieren cada vez más relevancia y protagonismo, llegando en algunos casos cercanos, como el de la crisis argentina, a constituirse en soluciones efectivas de organización, sobrevivencia y recuperación de la autoestima de los ciudadanos.

Proponemos entonces, la recuperación y puesta al día de lo comunitario como un concepto de identidad y desarrollo progresista que puede constituirse en una piedra angular de las elaboraciones ideológicas y programáticas que debemos acometer.

d) La transversalidad -Un elemento fuertemente asociado a la historia del progresismo DC ha sido su capacidad de entendimiento y convergencia con sectores progresistas más allá de nuestra colectividad.
Desde los esfuerzos por una salida democrática a la crisis de mil novecientos setenta y tres, la participación de muchos de los nuestros en las redes de sobrevivencia de los derrotados, la movilización social y los intentos por una articulación política amplia contra la dictadura como precedente necesario de la actual Concertación, hemos tenido la particularidad de promover entendimientos que permitieran asumir con vocación de mayoría los grandes desafíos nacionales.

Pensamos que hay allí también un elemento a desarrollar y fortalecer, bajo la premisa evidente de que si nuestras convicciones y proyectos desembocan en reformas y transformaciones de gran magnitud para Chile, éstas deben ser emprendidas con el amplio concurso de mayorías políticas, sociales y ciudadanas que les den viabilidad.

Esta capacidad de articulación transversal debe ser considerada entonces como un activo tendencial, que se ve reforzado hoy por la necesidad de desplegar todos nuestros esfuerzos en la mantención y profundización de la Concertación como alternativa de gobierno por sobre las tensiones evidentes que la afectarán en las decisiones electorales que se avecinan.

Debe, en síntesis, apreciarse en el progresismo DC una vocación concertacionista no sólo como a otros sectores del partido por el cálculo electoral al que obliga el sistema binominal, sino en la medida que encarne una vocación genuina de entendimiento y acción común de una mayoría por los cambios para Chile.

En la senda de los contenidos

Como está dicho, el progresismo no es una cuestión de mera actitud o intencionalidad, al menos no en política. La política supone contenidos específicos y un programa de acción en razón de fundamentos doctrinarios.

Son precisamente esos contenidos específicos, acorde la nueva etapa que vive el país, los que debemos analizar, debatir y definir. Seguramente no corresponde que en esta etapa germinal determinemos la agenda de discusión. No obstante, estimamos conducente al proceso que deseamos llevar adelante, perfilar algunas temáticas, como una manera de transparentar lo que anima a los convocantes y acercar, aunque sea inicialmente, el centro de nuestros enfoques particulares.

Visualizamos al PDC, y esta definición es fundamental para orientar los contenidos, como un partido intransablemente democrático, tolerante y plural, cuyo ideario está enraizado en el humanismo cristiano y la promoción popular, con una praxis política consistente con su matriz doctrinal y que, por lo mismo, la hace reconocible para los ciudadanos y concita su apoyo. Ello, con el fin de liderar la construcción de una sociedad libertaria, esencialmente solidaria y cuyo proyecto de desarrollo está orientado hacia la justicia social.

Puesto en líneas gruesas, dos son los aspectos centrales de nuestras preocupaciones actuales: 1) la institucionalidad democrática y 2) el modelo de desarrollo económico y social.


Un nuevo pacto social.

Chile es hoy un país estable políticamente y que ha multiplicado de manera muy significativa su capacidad productiva en los últimos quince años, lo cual ha generado importantes niveles de desarrollo en múltiples ámbitos. Sin embargo, subyace una situación de precariedad e incertidumbre que afecta a muchas chilenas y chilenos, y a tantos otros que hoy residen en nuestra patria, e impide que seamos una sociedad plenamente libre y desarrollada

Es precisamente esta estabilidad y grado de desarrollo que convive con inaceptables niveles de desigualdad y discriminación, lo que nos interpela a plantear la necesidad de abrir un diálogo para un nuevo pacto social, que constituya el impulso y el sustento de una nueva etapa para Chile.

Ése es el ámbito externo q los progresistas concordados debemos acometer hoy. La nobleza de este esfuerzo articulador será puesta a prueba en cuanto seamos propiciadores de un nuevo hecho político, como ayer fue la idea concertacionista, hoy será promover un nuevo pacto social, que profundice la democracia y cuestione el modelo de desarrollo a partir de sus desigualdades y exclusiones.

Es necesario reorientar nuestro tramado institucional apuntando hacia el objetivo de construir un país social y culturalmente más integrado, donde todos y cada uno de sus habitantes sea partícipe del desarrollo y la modernidad.

Las constituciones, suelen ser el producto de una ruptura o una crisis y conforman el sustento institucional del nuevo orden que de ella emana. Chile hoy no está en crisis. Por el contrario.

Por ello que creemos que es posible y necesario concurrir con nuestros postulados humanistas cristianos, en un proceso amplio y abierto, a la tarea de concordar una nueva Carta Fundamental, en cuanto pacto que no sólo recoge y da forma a los aspectos políticos de un Estado democrático y de derecho, sino que también, y de manera igualmente vigorosa, la dimensión social y cultural del desarrollo humano.

Este es un desafío que debemos plantear, como una forma de activar el debate democrático y abrir cauces reales a las ideas y proyectos más sentidos por la comunidad nacional, que permitan hacer de Chile un mejor país para todos.

“La Democracia Cristiana es un partido intransablemente democrático, tolerante y plural, con un ideario inspirado en el Humanismo Cristiano y la promoción popular, con una praxis política consistente con el mismo, que la hace reconocible por los ciudadanos y que concita su apoyo, para liderar la construcción de una sociedad libertaria, esencialmente solidaria y cuyo proyecto de desarrollo está orientado hacia la justicia social.”

SUSCRIBEN EL PRESENTE DOCUMENTO LOS SIGUIENTES CAMARADAS:

ALEJANDRO MANRÍQUEZ L.
ANDREA VILLAVICENCIO O.
CARLOS CÁRDENAS M.
CAROLINA JORQUERA V.
CECILIA VALDÉS
CLAUDIA PIZARRO P.

EDUARDO ABEDRAPO B.
FRANCISCA GONZÁLEZ
FRANCISCO PIZARRO P.
GONZALO WIELANDT
HÉCTOR ALVARADO C.
HÉCTOR ESCOBAR G.
HÉCTOR GÁRATE W.
IGNACIO MONTIGLIO O.
JORGE QUEZADA P.
JOSÉ LUIS SUÁRES
JOSÉ MIGUEL ARELLANO
JUAN ANTONIO ALVEAR

JUAN CARLOS PALMA T.
LUIS EMILIO ARCE SORIA
MARCELA PIÑEIRO F.
MARCELO CHÁVEZ V.
MARIO SOTO S.
NOLBERTO DÍAZ S.
OSVALDO BADENIER M.
PABLO BADENIER M.
SERGIO SOTO C.
YERKO LJUBETIC G.

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11/17/2005

"Ausencia de Dios"

Ayer asistimos a un debate que da para muchos comentarios.Uno de ellos se refiere al señor Lavín que atribuye mucha de las cosas malas que hoy ocurren a "la ausencia de Dios".

Es curioso que no haya reparado en el período de la dictadura las múltiples manifestaciones de "la ausencia de Dios", como ferviente y devoto pinochetista y de su "dios",que le permite ver y darse cuenta de unas cosas y no de otras. Su disposición cristiana ¿ no le permitió saber, conocer las atrocidades que que cometían? ¿No le creyó a su Iglesia que tuvo que crear una Vicaría de la Solidaridad para amparar a las víctimas de los derechos humanos? ¿Sus pastores que más de alguna vez hicieron públicas denuncias estaban acaso hablando de una novela, de un sueño,sus pastores los afectaba una paranoia?
Me recuerda más una frase del Evangelio:
-"No se salvará el que dice Señor , Señor sino quien cumple mis mandamientos". Cristo está con el que sufre- y ese tiene rostro humano, sin distinciones,no ideológico- y ese fue el mandato que recogieron los pastores que crearon y defendieron el trabajo de la Vicaría.
- "Por sus actos los reconoceréis", etc.

Siento decirle al candidato Lavín que ni la invocación de Dios, ni la representación del mundo cristiano y católico que trata de atribuírse permitirá convencernos. Como católico y cristiano prefiero votar por una humanista más consecuente y que ha demostrado la capacidad de perdonar a los que destruyeron a su familia que por un cristiano que ha demostrado ser inconsecuente. Lavín nadie te cree que no sabías lo que ocurría , si tenías hasta parientes que fueron víctimas de esas atrocidades - el Dr. Lavín en Cauquenes- de los cuales te acordaste sólo para la elección pasada y te preocupaste de llevar cámaras, rompiendo una dolorosa intimidad que ellos te demandan, privilegiando mostrar cuan piadoso eras frente los electores.

Dios nos pertenece a todos y la utilización de su nombre para ganar una elección puede ser en vano.
JCPalma
Un cristiano inperfecto