10/26/2009

El candidato del hastío

Un vistazo al pasado puede sugerir algunas cosas acerca de Marco Enríquez-Ominami.

A comienzos de los cincuenta, los radicales llevaban más de una década, la inflación galopaba, y la idea de que al Estado lo manejaban rapaces y ganapanes y que los partidos estaban desvencijados prendió como un incendio. Entonces, Ibáñez tomó la escoba y dijo lo que la gente quería escuchar: fustigó a los políticos (él lo era, por supuesto, pero se cuidaba de ocultarlo) y prometió una limpieza a fondo.

La renovación -el sueño de comenzar de nuevo en los brazos de un líder que se decía incorrupto- atrajo a electores de izquierda y de derecha, ex socialistas, radicales, nazis.

Ibáñez ganó.

La situación hoy día es, por supuesto, distinta. Enríquez-Ominami no es Ibáñez (el general lo superaría en años y en ideas); el país es distinto (en vez de crisis vive un ciclo de optimismo); la televisión desplazó a la radio (y la imagen al discurso), y Enríquez-Ominami, dice la evidencia, no ganará (lo aventajarán Piñera y Frei, en ese orden).

Así y todo, hay cosas en las que se parecen.

Desde luego, las críticas de Enríquez-Ominami (como las de Ibáñez de hace medio siglo) poseen una cierta plausibilidad. La picaresca de la Concertación y las rencillas que huelen mal la han desprestigiado. Y, entonces, el vago tono antipartidos encuentra terreno fértil. En la izquierda y en la derecha.

Igual que Ibáñez, Enríquez-Ominami alimenta su popularidad con la vieja fantasía de una democracia sin mediadores ni límites, donde la pureza de intenciones de los liderazgos lo asegure todo. Una sociedad en la que los intereses y los conflictos estén desprovistos de historia. Como quien dice, la política sin principio de realidad.

Un verdadero torrente de simplezas.

La diferencia con el caso de Ibáñez es que en el caso de Enríquez-Ominami los portadores de esa fantasía y de esas simplezas no son hoy las masas desilusionadas o empobrecidas, sino una pequeña élite que viene de sectores sociales a quienes la modernización y la prosperidad de estos años aburre: desde gente de izquierda deseosa de mayor radicalismo, a sectores de derecha anhelantes de sorpresas; desde quienes sienten el deseo de vengar su propio pasado, a los que quieren redimir un presente que se les antoja gris; personas, en fin, que no toleran el anonimato del tranquilo bienestar. ¿Qué puede unir a un viejo y próspero partidario de la vía armada hacia el socialismo (como Marambio) y a un economista neoclásico y liberal (como Fontaine), salvo la avidez de novedades, el afán de aventuras y el deseo de acabar con la somnolencia y el bostezo que les causa la modernización?

Los dirigentes que están detrás de Enríquez-Ominami no expresan la vieja ética de los flagelantes de la Concertación. Para eso sería necesario que descreyeran del mercado y del consumo. Tampoco reflejan lo que alguna vez se llamó la autocomplacencia. En ese caso, deberían alegrarse por estos veinte años.

Ni lo uno ni lo otro.

Su combustible no son las ideas. Es el aburrimiento.

No es que las cosas de estos años les parezcan injustas o moralmente incorrectas. Es que les dan lata.

Los aqueja la sensación de que el gradualismo -la expansión cuidadosa del bienestar material, la contención de las demandas, el manejo de las expectativas de todos estos años- no es la expresión de una virtud, sino el pretexto de una renuncia. Es probable que ésta sea la razón de por qué se muestran más o menos indiferentes ante Frei o Piñera. Y es que ambos prometen, ¡apenas!, la mediocridad de la modernización.

Así están las cosas.

Nunca el aburrimiento y el tedio -en vez de las ideas o la indignación moral- habían tenido más importancia en la política que hoy.

Por Carlos Peña
Fuente: emol.com

10/19/2009

Nuevas ideas, sentidos y prácticas al futuro Gobierno


Cabe entonces preguntarse ¿con qué generación realizará el prometido recambio quien gane la elección de diciembre? ¿Unas cuantas caras nuevas y “descontaminadas” de la política contingente podrán dotar de nuevas ideas, sentidos y prácticas al futuro Gobierno? Probablemente, quien pierda la elección tendrá en sus manos un hito tan potente como para partir de cero y quizá, encontrarse con una generación que recoja el guante y asuma el desafío y la bandera del recambio desde la oposición. (José Jara en www.generacioncritica.cl)

Tanto Alvear como Gutenberg Martínez fueron acribillados públicamente como máximos responsables del resultado de las elecciones municipales. Así se sepultó la opción Alvear. Los príncipes fueron a visitar a Frei, y desde ahí surgió imparable su opción como presidenciable. Burgos está desde hace rato en el comando de Frei; hace pocos días Gutenberg ingresó al comando estratégico. Ya antes Pizarro, otro general de Alvear, se había hecho cargo de la territorial. Los príncipes están suficientemente representados en la plantilla parlamentaria.


No es casualidad.


"Los mismos de siempre" han ido llegando a acuerdos para mantener el poder. Con un pragmatismo envidiable, cierto, pero también evitando así una verdadera renovación.


En la centroizquierda también se fraguan acuerdos para mantener el poder (absolutamente legítimo). Ver el plan para reagrupar la "nueva centroizquierda":

http://diario.elmercurio.com/2009/10/18/reportajes/reportajes/noticias/impresion2DF337C5-F4DD-487F-8044-D938ABC48F2B.htm?id={2DF337C5-F4DD-487F-8044-D938ABC48F2B}


Claudio Fuentes (ex-Flacso) hablaba de un camino largo y uno corto: el corto sería la estrategia tipo ME-O o tal vez la que reseña El Mercurio, algo rápido, para salvar la cara y los puestos. El otro, el largo, sería realizar una introspección, discusión y trabajo en grupos, de discusión, que pasara por reformar los partidos políticos, por hacer las reformas imprescindibles (inscripción, ley de PPs, sistema binominal, etc.) de manera de recuperar la imagen de la política. Me sentí plenamente interpretado por este camino largo.


Por eso, a mí por lo menos me convence trabajar para devolverle a la DC un rostro contemporáneo, y a eso estoy abocado. Independiente de quien gane, deberemos trabajar por renovar la política (no sólo la DC) con un discurso que aglutine, que la haga volver a representar los intereses de la gente, que haga inverosímil hablar de "temas ciudadanos" en contraposición a "temas políticos" como lo hace la encuesta Qué Pasa.


Puede que el PDC como institución esté muriendo, pero seguirá habiendo que comparta un discurso de centro (si centro-I o centro-D se verá en el debate futuro) basado en el humanismo cristiano (aunque no confesional).


Y para ello, los que estemos dispuestos deberemos irrumpir en las próximas elecciones de directiva de la DC. Pero para eso se necesitan votos. Se necesita hacer campaña, proselitismo, y también abrir conversaciones para consensuar ciertos principios básicos que nos permitan generar una "nueva mayoría" que reforme el partido:

- que sea transparente, profesional y no confesional,

- que no separe artificialmente entre "temas ciudadanos" y "temas políticos", que nutra el debate (¿qué tiene que decir la DC frente al medioambiente, las energías renovables, la igualdad de género, la delincuencia, la crisis financiera, etc…?)

- que respete un "estado de derecho" interno para que haya certeza jurídica, para que los candidatos se elijan consultando a las bases y de manera eficiente,


Hay trabajo para diciembre y enero, pero también para marzo y abril.


José Miguel Torres