1/19/2006

Elección Presidencial: Proyecciones que Deja el Proceso



Por Antonio Cortés Terzi
Suele ocurrir que, una vez finalizada una elección presidencial, las actividades y los análisis políticos tiendan a desplazarse rápida y radicalmente hacia otros asuntos, dejando casi en el completo olvido los escenarios y procesos que precedieron el desenlace electoral.
Por supuesto que es natural y comprensible que los vencedores se aboquen a la organización y planificación de la gestión gubernamental que se inicia y que los perdedores se dediquen a tomar medidas para evitar seguir pagando costos y a preparar su estreno o reestreno –en este caso- como oposición.

Pero que ambas conductas sean naturales y comprensibles no significa que necesariamente deban ser excluyentes de otras ni que su extrema priorización y la respectiva omisión de lo recién pasado sea lo más conveniente y sabio para definir pasos contingentes y futuros.

Aprovechar las Enseñanzas

Experiencias de la elección presidencial anterior arrojaron enseñanzas al respecto. Por ejemplo, si la derecha y, en especial la UDI y el lavinismo, hubiesen trabajado concienzudamente en diagnósticos e interpretaciones acerca de las verdaderas razones de la sorpresa electoral que protagonizaron el 99, probablemente no hubieran seguido un diseño estratégico que terminó en el agotamiento de la figura de Joaquín Lavín.

Por otra parte, una mejor evaluación -de parte del gobierno y de la Concertación- acerca de lo que había ocurrido en la etapa previa al evento electoral que eligió a Ricardo Lagos como Presidente, posiblemente habría impedido o morigerado las características erráticas de los dos primeros años de gobierno.
Es cierto que muchos de los acontecimientos presentes en una campaña electoral son de rango transitorio o "inorgánico", al decir de Gramsci, esto es, que no se articulan a fenómenos mayores, pero, por supuesto que hay otros que sí tienen "organicidad".
La reciente campaña electoral estuvo particular y notoriamente inmersa en fenómenos y procesos "orgánicos" que, por tal condición, seguirán formando parte de los entornos y de los escenarios creados a partir del triunfo de Michelle Bachelet. De ahí lo aconsejable de no perderlos de vista a la hora de los análisis proyectivos que inspirarán las decisiones de los principales actores políticos.

Consejo tanto más atendible habida cuenta de lo siguiente: en el curso de la reciente campaña se pusieron en juego procesos relevantes que atañen a cuestiones políticas y socio-culturales profundas, que aún están en desarrollo, que no fueron resueltos por el resultado electoral y cuyas dinámicas deberían seguir siendo atendidas pues, de lo contrario, podrían devenir en esos típicos procesos "inconscientes" y subterráneos que perturban el desenvolvimiento de la política y que acumulan amenazas de situaciones críticas.

Relaciones entre Política, Liderazgos y Partidos

En el curso de la campaña se evidenció que es cada vez más frágil y menos decidor el sistema tradicional de relaciones entre los liderazgos (presidenciables), la política y los partidos. Si se incluye a Soledad Alvear dentro de las personalidades que participaron en la contienda electoral, se tiene que las dos figuras más articuladas a ese sistema tradicional (ella y Joaquín Lavín) quedaron en el camino y, en cambio, prosiguieron la marcha las que se encontraban más "alejadas" de tal sistema.

El "alejamiento" de Michelle Bachelet es más que obvio. Y su campaña, en especial en la primera vuelta, tuvo como una de sus improntas marcar ese alejamiento. Si bien Sebastián Piñera pudiera parecer más asimilado al sistema político tradicional (ex senador, ex presidente de partido, etc.), siempre ha ejercitado la política de manera relativamente sui géneris y su campaña, en particular en la segunda vuelta, acentuó en sus características de empresario y de profesional altamente calificado.

Es decir, más allá de que en la imagen de alejamiento de la política tradicional haya cuotas de manejo comunicacional premeditado para intentar eludir el desprestigio de la actividad política, lo cierto es que las candidaturas que se impusieron hasta el final, efectivamente, contaban con antecedentes objetivos para presentarse como distantes al arquetipo del político tradicional.

Apariencias que Eran Reales

Pero el verdadero asunto radica en que tras la imagen de alejamiento de la política tradicional de las dos candidaturas había más que pura imagen.
En primer lugar, tenía un amparo social que iba más allá del desprestigio de la política. La sociedad chilena ha percibido que el país está entrando en una etapa distinta, que se está cerrando un ciclo y abriendo otro. Por lo mismo está expectante en cuanto a cambios. Las candidaturas "no tradicionales" respondían a esas expectativas. Es decir, dada la carencia de proyectos y programas transformadores acordes a esas expectativas, la demanda ciudadana de cambio se subjetivó y se depositó en la novedad representada por las candidaturas. En consecuencia, el "distanciamiento" de los candidatos de la política tradicional era congruente para los efectos de representar las expectativas de cambio. Y esta es una de las cuestiones que se instalaron en el período electoral y que han quedado pendientes.

Y, en segundo lugar, en ambas candidaturas había voluntad, intención o, al menos, ganas, de alejarse de la política tradicional o, más precisamente, de los círculos y circuitos de poder tradicionales y que han dominado la escena política en los últimos años. Ni Bachelet ni Piñera tienen pertenencia cabal a algunos de esos círculos y tampoco se sienten cómodos con su cercanía.

Separarse de ellos, por tanto, era un ánimo inspirado un poco en convicciones, otro tanto en requerimientos político-comunicacionales, pero, sobre todo, en una necesidad nacida de las leyes del poder.

Por eso es que, tanto la una como el otro, tomaron más medidas que las necesitadas para salvar los aspectos formales y comunicacionales del problema. Avanzaron en la perspectiva de dotarse de equipos políticos propios sobre las cuales ir erigiendo una nueva elite competitiva con las tradicionales. Y hasta en la cuestión del reclutamiento para la fundación de esa pretendida nueva elite hubo coincidencias en ambos. Lo común fue desplazar personalidades muy identificadas con el "tradicionalismo" para darle cabida privilegiada a tecnócratas y tecnopolíticos, de preferencia culturizados profesionalmente en EEUU.

Propósitos Frustrados

Huelga decir que los intentos por generar elites bacheletistas o piñeristas quedaron frustrados. En el caso de Piñera, simplemente, porque perdió la elección rodeado de su potencial cuerpo elitario y porque la fuerza orgánica y parlamentaria de la UDI tenderá a regenerar el sistema tradicional al seno de la derecha.
Y en el caso de la Presidente electa, porque el proceso quedó extremadamente lesionado después de la primera vuelta y porque, al fin de cuentas, el mérito principal de su triunfo se radicó finalmente y en altísimo porcentaje en el "sistema tradicional" que, en el caso de la Concertación, incluye el protagonismo del gobierno.

Dicho brevemente, las dos candidaturas que arribaron a la segunda vuelta y con independencia de las razones íntimas o circunstanciales, desataron dinámicas que pusieron en cuestión la vigencia y las confianzas que regían el sistema tradicional de relaciones políticas, pero sin construir un sistema alternativo ni nuevos círculos o elites que se visualicen capaces de una renovación pronta del sistema.

De lo dicho se desprende que hay dos cuestiones que, instaladas en el curso de la campaña y no resueltas con el acto del 15 de enero, continuarán flotando en el ambiente de los factores influyentes en el cuadro post electoral.

La primera es cómo responderán los dos principales bloques políticos y el futuro gobierno a las demandas de cambios en las orientaciones políticas originadas en la percepción pública de que el país debe abrirse a otra etapa.

Y la segunda, muy articulada a la primera, por cierto, es cómo resolverán esas mismas instancias la renovación de los respectivos círculos y circuitos de poder político, que no sólo fue una oferta de campaña, sino que, además, es un tema que quedó planteado empíricamente tanto porque esa renovación se insinuó prácticamente durante el proceso electoral como porque los cuerpos y mecánicas políticas tradicionales salieron lesionadas en su prestigio y funcionalidad.

Temas Legados del Período Electoral

Las respuestas a estas cuestiones estarán bastante condicionadas por situaciones que se incubaron o manifestaron, desarrollaron y evidenciaron a lo largo del período electoral. De esas situaciones hay tres que merecen atención privilegiada por el peso que tendrán en las decisiones
gubernamentales, pero, sobre todo, porque influirán en definiciones que deberán adoptar ambos bloques políticos y porque, a la postre, presionarán sobre la marcha de la política nacional. A continuación se esbozan tales situaciones.

1. Hubo grados no menores de incongruencias entre las propuestas programáticas de ambas coaliciones y los asuntos que, en el debate público, más llamaron la atención por su trascendencia y por sus coincidencias con las percepciones sociales acerca de la apertura de una nueva fase. Quiérase o no, la verdad es que los énfasis programáticos de ambas candidaturas fueron bastante inerciales y muy poco innovadores en relación a la idea de un cambio de ciclo. Sin embargo, durante la campaña y casi de manera espontánea salieron a la luz discusiones que recogieron coherentemente sensibilidades ciudadanas y que dieron mejor cuenta de las expectativas sociales de cambio. La distribución de la riqueza, de la calidad del empleo, de las relaciones laborales, de las desigualdades sociales, etc., fueron cuestiones que calaron en la opinión pública y que nutrieron una suerte de sentido común crítico y aspiracional.

Bien se podría decir que de manera aún difusa, de manera más implícita que explicita, en los últimos meses y teniendo como estímulos las campañas, la ciudadanía empezó a hacer suya una crítica social sustantiva y que gira en torno a temas genéricos, como la desigualdad social y sus efectos discriminatorios y reproductores de injusticias. En este último tiempo ha habido una suerte de desarrollo de autoconciencia colectiva de que somos un país socialmente escindido. Queda la impresión que en la ciudadanía se ha incubado una visión más holística de sus demandas, mientras que la oferta político-programática sigue siendo más bien casuística.

El problema que deriva de esta hipótesis es que la ejecución de los ejes de los compromisos programáticos no es suficiente para responder a las expectativas masivas.

Peculiares Tomas de Decisiones

2. A lo largo del proceso electoral aparecieron muchas señales indicativas de serios trastornos y hasta degeneraciones en las mecánicas y funcionalidades de los actores y sistemas de toma de decisiones políticas.

Sería demasiado largo tratar cada una de esas señales. A continuación se puntualizan tres que ilustran y grafican la idea gruesa:

- El lanzamiento de la candidatura de Sebastián Piñera, si bien cumplió con requisitos político-formales, fue, en lo esencial, producto del uso de los recursos propios de la facticidad del poder. Por otra parte, convertido en candidato único de la derecha concitó el agrupamiento de sectores de todo el arco de poderes factuales. Y aunque no logró comprometer al circuito de poder extrainstitucional de la derecha como tal, sí consiguió que determinadas áreas de los poderes factuales, actuaran militantemente y casi con desparpajo (en ese plano destacan algunos canales de televisión, fracciones del mundo empresarial y de la jerarquía eclesiástica), lo que sumado a los equipos político-técnicos reclutados para su candidatura, hizo que adquiriera virtual plena autonomía y un formidable poder personalizado.

Considerando lo anterior, puede decirse que la candidatura de Piñera fue un momento involutivo para la derecha, en el sentido que interrumpió el proceso institucionalizador que se venía dando en el sector e implicó una regresión hacia las fórmulas factualistas que caracterizaron a la derecha durante casi toda la década de los noventa.

- En la primera vuelta, la campaña de Michelle Bachelet fue políticamente (o "apolíticamente") casi caótica, donde se mezclaban visiones cercanas al populismo tradicional (relación sin intermediarios entre el líder y la masa) con "modernas" visiones de la política en clave mediática. El centro de toma de decisiones fue siempre misteriosamente difuso, lo que ocultaba, en definitiva, la inexistencia de un foco decisional. Los vínculos entre los principales actores de la Concertación, es decir, entre el comando, los partidos, los parlamentarios y el gobierno, fueron febles, informales y nunca orgánicamente estructurados. Un celo protector excesivo y sectario fue la impronta "cultural" del enigmático comando.

Que las cosas ocurrieran así puede deberse a varias razones. Por ejemplo, a la voluntad de recrear estilos de campaña o al ánimo de reinventar la política a la luz de la idea –devenida en entelequia- de "ciudadanización de la política". Pero, ninguna de las razones que se arguyan para explicar el fenómeno llegaría al fondo del tema, si no se tiene en cuenta que lo que primó en esas conductas fue la desconfianza en los actores y sistemas tradicionales de la Concertación, es decir, en las mecánicas y formas que había practicado hasta entonces la Concertación para tomar decisiones y que resultaban de una mezcla de respeto a las instituciones con dinámicas informalmente reconocidas y factuales.

En otras palabras, el "bacheletismo" en esa fase despreció o subvaloró la "institucionalidad concertacionista" y trató de suplirla por un modelo de relaciones personalizadas. Tal modelo fue funcionalmente un fracaso y, además, su puesta en escena terminó por resquebrajar aún más la
institucionalidad concertacionista tradicional, merced a que hacía rato venía sufriendo un proceso de agotamiento.

- El indicador más claro y categórico que la campaña de Michelle Bachelet se quedó sin institucionalidad (ni concertacionista ni bacheletista) está en las radicales modificaciones que vivió de hecho la campaña en la segunda vuelta. Modificaciones que tuvieron una esencia muy simple: la iniciativa política y el protagonismo pasó a manos del gobierno y la capacidad operativa se reconstruyó sobre la base de trasladar hacia la campaña personal y lógicas institucionales gubernamentales.

En definitiva, conjugando esto tres datos, lo que se tiene como "amenaza" es que se mantenga, durante tiempos indefinidos (lo que se demoren los partidos y bloques en recomponer e reimponer sus institucionalidades), un cuadro caracterizado por una gravitación desproporcionada de un poder factualista de derecha (originado en la candidatura de Piñera) y por un protagonismo excesivo del gobierno, como resultado de los procesos desinstitucionalizadores que se sublimaron durante el período electoral y que afectaron a ambos sectores.

Ninguna duda cabe que un cuadro de esa naturaleza distorsionaría seriamente el sistema político, pues no sólo podría implicar la subsumisión del papel de los partidos y de las alianzas de partidos, sino también una extrema formalización de los roles y mecánicas de la institucionalidad y prácticas democráticas.

¿Retorno a la Polarización?

3. Con el desarrollo de las campañas electorales se fue insinuando la posibilidad de reinstalación de relaciones políticas polarizadas o confrontacionales entre la derecha y la Concertación. De una polarización sustantiva y no puramente desatada por la coyuntura electoral y tampoco referida a los ejes confrontacionales del pasado reciente.

La incipiente polarización tiene que ver fundamentalmente con percepciones y diagnósticos de la derecha según los cuales se estaría gestando y creciendo –particularmente en Chile y en América Latina- un clima social adverso al estatus económico y socio-cultural que hegemonizó la década de los noventa y que –bemoles más, bemoles menos- en Chile se ha mantenido hasta ahora. Estatus que consideran de su paternidad en lo sustantivo.

El drama para la derecha es que ese clima social adverso apunta a la esencia misma de las dos áreas más caras a la ideología derechista: al modelo económico y a lo cultural-valórico y, además, sienta las bases para potenciar proyectos "autónomos" de izquierda o de centro-izquierda.

Dicho de otra manera: la derecha ha percibido que para los gobiernos de centro-izquierda las reglas del juego se han modificado a su favor. Hasta no hace mucho esos tipos de gobiernos les eran relativamente inofensivos porque los climas sociales y políticos y los grados de consensos (activos o pasivos) sobre materias económico-sociales y valórico-culturales, los forzaban a sujetarse a los parámetros esenciales del estatus. Ahora, en cambio, los consensos sociales van más por el lado del criticismo económico-social y por el lado del progresismo valórico. Ergo, a los gobiernos de centro-izquierda se les abre un mayor campo para actuar con más audacia.

El Dilema de la Derecha

Bajo esta mirada, la derecha chilena está en la disyuntiva de definirse por estrategias de poder o de contención. Para intentar ser gobierno deben concederle en algo al clima social criticista y progresista. Pero tales concesiones serían, a su vez, concesiones al gobierno de centro-izquierda y, por ende, podrían contribuir a transformaciones indeseables. A la inversa, para evitar o intentar evitar ese tipo de transformaciones debe aplicar una estrategia de contención, lo que implica confrontar radicalmente al gobierno y navegar contra el clima social.

Lo previsible a este respecto es que la tendencia que se imponga, al menos en una primera etapa y después de dos o tres meses de gracia, sea la de confrontación. En primer lugar, porque fracciones de la "derecha grande" efectivamente le temen a Michelle Bachelet. Le temen menos por racionalidad política que por sus almas irracionalmente prejuiciosas, conservadoras y discriminadoras. En segundo lugar, porque la derecha supone que la mayoría que conforma, dentro de la Concertación, el subpacto PS-PPD-PRSD, tiende a izquierdizar la coalición de gobierno. En tercer lugar, porque sabe que el clima social que propende hacia el liberalismo cultural-valórico y al criticismo social es un fenómeno en alza. Y, en cuarto lugar, simplemente porque la Concertación también es mayoría parlamentaria.

En suma, ese contexto presiona para que la disyuntiva que vive la derecha se resuelva inclinándose por la alternativa de contención que es, naturalmente, confrontacional y en la que la facticidad de sus poderes tendrían funciones claves.

En definitiva, los principales actores políticos quedaron con tareas pendientes que de hecho se autoasignaron durante las campañas, a saber, i) readecuar sus propuestas programáticas al clima criticista y de expectativas holísticas que tiende a primar en la sociedad, ii) resolver los efectos desinstitucionalizadores que ha afectado a la política en los últimos meses y iii) en el caso de la derecha, definir su estrategia opositora que, en el fondo, implica optar por la hegemonía de las lógicas políticas institucionales o por una hegemonía que amalgame una lógica política de
contención con las lógicas de los circuitos fácticos de poder.

Una Reflexión Final

Desde hace algún tiempo se ha escuchado mucho a políticos y analistas diagnosticando que el gobierno que se iniciará en marzo se encontrará con un terreno muy facilitador de su gestión y que, por lo mismo, debería lucir éxitos sin recurrir a esfuerzos extraordinarios. Tales diagnósticos se asientan fundamentalmente en dos bases: i) en los pronósticos para la economía nacional que se visualizan favorables al menos por un par de años más y ii) en el supuesto que el cuadro político y social se desenvolverá de manera igual o similar a como se ha desenvuelto hasta ahora.

Concedámosle a los economistas –para no extender el artículo- que la economía es una "ciencia exacta" y que sus pronósticos son fiables y confiemos, entonces, que la economía no será un asunto que dificulte o complique los escenarios políticos.Pero lo que no se puede dar por sentado es que el cuadro político y social permanecerá inmutable. Puede ocurrir. Pero lo que no debería perderse de vista es que hay tendencias y contextos fuertes que se mueven en un sentido alterador y modificador del actual estatus político.

En política hay una suerte de axioma que puede ser causal de gruesos errores o imprevisiones. Se piensa que en períodos de estabilidad y bonanza económica la conflictividad social y política es de baja intensidad y, por ende, la política queda temporalmente eximida de amenazas de trastornos significativos. Tal vez y sólo tal vez, ese "axioma" tuvo validez en otros momentos de desarrollo económico-social. En la actualidad está lejos de ser una "ley de hierro".
En una sociedad, como la chilena, que transita avanzando en modernización, los momentos de expansión económica se prestan para que se expresen conflictos sociales postergados a consecuencia de malos momentos económicos o que se develan más acuciantes a propósito, precisamente, del crecimiento económico.

Si se observan con cuidado algunos de los fenómenos que se presentaron en los últimos meses, se descubre que la "cuestión social" está experimentando vuelcos por la expansión de sus contenidos. Durante años estuvo concentrada en el tema de la pobreza, luego se le agregó la cuestión del empleo y recientemente se le han ido integrando materias atinentes al mundo laboral en general. Un buen crecimiento económico de por sí, lejos de aquietar esas aguas, las remueve.

Crecen las Expectativas

Pero el asunto es más amplio. Lo que se ve venir es una sociedad que agrega expectativas a sus demandas y que esas expectativas son de orden más complejo, porque se formulan desde una sociedad que empieza a expresarse con nuevas escalas cultural-valóricas. Si alguien interpreta el notable cambio cultural-valórico que implica la votación femenina obtenida por Michelle Bachelet, como un transitorio capricho o veleidad de "minas", no estaría entendiendo nada de lo que sucede en lo más profundo de la sociedad chilena. Tras esa votación existen expresiones de autovaloración individual y colectiva de los mundos femeninos y de aspiraciones de superior protagonismo. Y esos cambios no tienen por qué leerse constreñidos a esos espacios. Son indicadores de un sentir social más amplio.

Ahora bien, estos vuelcos o expansión temática de la "cuestión social" y esos cambios cultural-valóricos son factores que potencialmente pueden presionar para los efectos de revisar las agendas programáticas –no sólo del gobierno-, pues las agendas conocidas no dan cuenta cabal de tales fenómenos.

En suma, a diferencia de lo que muchos piensan, no hay ninguna garantía que el período que se abre se preste para el apoltronamiento político y para el tranquilo ejercicio de un gobierno de impronta administrativamente hacedora.

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