3/06/2010

UN DOBLE TERREMOTO

Por Felipe Berríos

El reloj marcaba las 3:34 de la mañana del sábado 27 de febrero cuando comenzó a moverse la tierra en gran parte de Chile. En los primeros segundos muchos pensaron que era un temblor más a los que nuestro país ya nos tiene acostumbrados. Sin embargo, el temblor no se detenía e insistentemente aumentaba cada vez más su intensidad. Por dos minutos y medio -y en el epicentro aún por más tiempo- todo se sacudió. Ya no era un fuerte temblor sino que un gran terremoto acompañado en algunas zonas costeras del país de un destructor maremoto.

Se lo ha catalogado como el segundo terremoto más grande de nuestra historia. Sin embargo, la infraestructura del país, sus casas y edificios soportaron bien el embate. La mayoría de las viviendas que sucumbieron eran construcciones viejas no antisísmicas y muchas de adobe. Quizás lo que más causó muerte y daños fue la furia del mar, que en ciertos puntos geográficos arrasó con todo.

Fuera de aprender de lo vivido y prepararse para una próxima vez, humanamente no podemos detener los caprichos de la naturaleza que cada cierto tiempo se las ingenia para recordarnos nuestra fragilidad.

Pero esta vez ha habido un verdadero doble terremoto. Pues junto con la muerte y los destrozos materiales propios de un fenómeno de esta magnitud, el país también ha sufrido otro tipo de daños causados por ciertas “fallas estructurales graves” en el plano valórico. Que tal vez sean las más difíciles de reparar para el futuro.

El pillaje que se desató no fue provocado por gente desesperada que llevaba semanas sin alimento ni agua. Pues nadie se alimenta ni calma su sed quemando locales y destruyendo, ni menos robando artefactos eléctricos, ropa o artículos de línea blanca. Fue un triste espectáculo, al cual no estábamos acostumbrados. Más bien lo propio de una catástrofe nacional era una espontánea reacción solidaria tanto de las víctimas como de los otros ciudadanos, que si bien es cierto también se dio y con creces, ésta no fue capaz de contrarrestar las actitudes de saqueos y robos que espontáneamente mostraba una desconocida y peligrosa debilidad estructural de nuestra sociedad.

Este nuevo fenómeno social de egoísmo debemos estudiarlo y reflexionarlo. Así como por los estragos del terremoto de los años sesenta el país aprendió a reforzar las construcciones con normas que las hicieron antisísmicas, e hizo posible que ahora la inmensa mayoría de las viviendas e infraestructuras soportaran bien este terremoto, así también debemos detectar las fallas sociales y aprender la importancia de desarrollar medidas que refuercen los pilares valóricos sobre los que está construida nuestra sociedad.

Los expertos dicen que la fuerza de este terremoto se debe a la liberación de energía acumulada por años por el encuentro de las placas que componen nuestro subsuelo. El terremoto social que produjo saqueos y destrucción se debe tal vez a una parte de la sociedad que imperceptiblemente ha ido acumulando por años decepción por sentirse marginada del desarrollo y que lentamente ha ido corroyendo sus valores por el desengaño y los antivalores. Así, injustificadamente, ha liberado toda la frustración acumulada en un comportamiento explicable sólo en quienes no tienen nada que perder.

Fuente: emol.com

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