2/01/2007

Corrección del Modelo

La Corrección del Modelo

A fines de los 60 retorna de su destinación como Embajador de Chile en EE.UU., el precandidato presidencial de la Democracia Cristiana, Radomiro Tomic.

Al descender del avión y ser entrevistado respondió en su estilo: “hemos hecho un buen gobierno, pero no hemos hecho la revolución”. Mirada en perspectiva, la frase puede haber obedecido al diagnóstico que Radomiro tenía del Chile de la época y a la urgencia que él veía en implementar los cambios.

Lo que no podemos suponer es que él haya querido enfrentar su propuesta a un sector del partido. Por el contrario, entendió que la magnitud de los cambios requería de la “Unión del Pueblo”. Esta fue su tesis y la Junta Nacional del PDC la aprobó por unanimidad.

La propuesta de Tomic, entonces, dejó de ser un planteamiento personal y se transformó en la propuesta de la Democracia Cristiana dirigida al país.

La Unidad Política y Social del Pueblo” era la receta para asumir los cambios que Chile necesitaba y, consecuentemente, se puso a disposición de las fuerzas progresistas que creían en esos cambios, es decir, en la profundización de la democracia compatibilizando la libertad con la justicia social.

La actual propuesta de “Corrección del Modelo” quizás esté generando similar malestar al que provocó aquella famosa frase de Radomiro y las causas no parecen radicar exclusivamente, en que algunos la consideren inapropiada para la “estabilidad económica que ha logrado el país” o “el prestigio alcanzado por Chile en el concierto económico internacional” o simplemente, la ignoren por estimar que carece de suficientes contenidos.

También podemos encontrar fundamentos para la crítica en el hecho de que la propuesta haya emanado de un sector del partido, principalmente del líder de ese sector, y de otros que, sin tener mayor figuración, igualmente creemos en la necesidad imperiosa de corregir el modelo. La propuesta, lejos de revitalizar al PDC y de reencontrarlo con los sectores populares, la clase media y los pequeños y medianos empresarios, no ha sido bien recibida por la totalidad de las tendencias internas de la colectividad. Pero hoy como ayer, esta es una primera reacción que no debe extrañar.

El problema de fondo persiste y mucho se ha escrito sobre ello ; desde diversas ópticas, como la distribución del ingreso, el acceso a educación de calidad, el acceso desigual al mercado del trabajo, el aumento de la población penal, el desempleo juvenil y su relación con el incremento de la delincuencia, el hecho de que un 78,5% de los chilenos gane menos de $ 400.000 y se consideren de clase media, el costo del acceso al crédito tanto para personas naturales como jurídicas, siendo más caro mientras menos ingreso se perciba. Lo anterior, sin siquiera adentrarnos en el mundo laboral ni indagar acerca del trato que reciben los trabajadores y cómo se irrespetan sus derechos.

Estas son sólo algunas de las variables que nos obligan a insistir en la necesaria y perentoria obligación moral de corregir el modelo. Desde una perspectiva pragmática, afín al mismo sistema, también debiera atraer a quiénes estiman prioritario la estabilidad, el resguardo del orden público y la imagen país.

El ¿Qué hacer? de Tomic cobra vigencia. Como ayer, la urgencia de los cambios es una invitación a fortalecer el PDC, a reencontrarlo con sus orígenes y postulados; además, contribuye a la política de alianzas que mantenemos con quienes creen en la democracia o la han revalorizado después de una experiencia traumática y que con testimonio y consecuencia han representado a los obreros, pobladores, campesinos y sectores medios de nuestro país a lo largo de nuestra historia republicana.

La corrección del modelo no puede traducirse solo en la modificación de variables de tipo económico, de lo contrario podríamos estar en presencia de un populismo a lo Chávez o un capitalismo popular a lo Longueira. Tiene que ver también con promoción, participación, regionalización, políticas públicas, pero sobre todo, con la visión del humanista cristiano que cree que aún mucho falta por hacer.

Por: José H. Romero Y.

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